Cuando sus amigas hablaban de amor, de los hombres a los que habían amado, Ottilie se ponía tristona: ¿Cómo os enteráis de que os habéis enamorado?, les preguntaba.
Ah, decía Rosita, con mirada desfalleciente, es como si te hubiesen echado pimienta en el corazón, como si unos pececillos nadaran por tus venas.
-¿Quieres que te enseñe la finca? -me pregunta en voz alta. Sé que debo decir que sí, pero no me fío de él. Sin embargo, antes de que pueda responder, él se pone de pie y me tiende la mano. Poso la mía en ella y noto cómo se me contraen todos los músculos del vientre en respuesta a su mirada oscura y voraz.